miércoles, febrero 07, 2024

Los intrusos


Uno de los mayores documentos de de la “cosa” cubana es una película titulada Nadie escuchaba (1984). Podemos resumirla diciendo que los testimonios sobre la represión castrista no encontraban receptores. Es un documental sobre el silencio.

Cuarenta años después de estrenada, leo en Los intrusos que su autor, Carlos Manuel Álvarez, se autoimpuso el silencio como forma de enfrentar a la policía, a sus interrogadores. Es contradictorio ese mutismo, si nos percatamos de que el estilo de Álvarez se localiza en las antípodas de toda mudez. Sin embargo, el gran acierto del libro es ese: poner el centro en esa desconexión.

El silencio es lo que el poder no puede soportar, porque sólo puede recurrir a él quien no teme. Silencio es tajo. Es no establecer ningún nexo con esos otros. Si Dios es Abismo y es masculino, junto a él reposa el Silencio, una entidad femenina, y quedan de este modo hermanados, como ha vistoPietro Citati. 

El silencio es el Gran Restaurador. El silencio afea. Durante demasiado tiempo la lucha de los cubanos contra el régimen totalitario ha sido algo así como un “acontecimiento sin testigos”. No es que no haya habido voces, es que esas voces han clamado en el desierto. 

De lo que no se puede hablar, mejor callarse. Pero en el caso cubano, nos ganan por cansancio, porque vaya si se ha hablado. Si después de medio millón de libros sobre los crímenes del comunismo hay que seguir hablando para confrontar y denunciar, es que todo lo transitado, si no ha sido en vano, al menos es apenas nada.

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sábado, diciembre 02, 2023

Behar


Este libro es la historia de otra demolición: la de la comunidad judía cubana.

Dueña de cierta prosperidad en los años 50 del siglo xx, la llegada del castrismo le arrebató toda posibilidad de crecimiento. Tras 1959, no fue hasta 1993 que se pudo realizar la primera ceremonia de conversión de nuevos practicantes.

La autora, Ruth Behar, comenzó a realizar viajes a Cuba en los años 2000 en búsqueda de la huella familiar y su exploración se extendió por varios años hasta el confín más oriental de la Isla, allí donde quedara algún descendiente.

Profusamente ilustrado con fotos, no es poco lo que nos deja saber sobre los restos de una comunidad que sobrevivió a duras penas a base de ayuda exterior y también de cierta tolerancia por parte de la sociedad totalitaria, quizás porque detectó que era muy minoritaria y estaba desarticulada. Me sorprendió enterarme de que todavía existía en Centro Habana una carnicería "kosher" atendida por dos vendedores que se las arreglaban para irse a Nueva Paz a buscar carne de res.

Está repleto de detalles que se vuelven más interesantes y curiosos si tenemos en cuenta que hablamos de una sociedad cerrada, policial y totalitaria: la creación en los años 2000 de un hotel en La Habana sólo para la comunidad judía extranjera (Hotel Raquel), que comenzó a viajar con cierta frecuencia a la Isla; los dos cementerios judíos en las afueras de La Habana y algunos en las provincias, y cómo al final del viaje la comunidad sigue diezmada porque muchos de sus entrevistados se establecieron en Israel gracias a la Ley del Retorno.

Lo más difícil de asimilar por parte de un lector que conoce profundamente la naturaleza represiva de ese régimen, es el tono y ciertos usos retóricos (a veces no desprovistos de cierto matiz de admiración) con que Behar se refiere, por ejemplo, al Che Guevara. Me fui encontrando con ciertos indicios a medida que avanzaba en la lectura, hasta que llegué a la sección de los viajes a las provincias, en particular a la ciudad de Santa Clara. Llamarles "compañeros de lucha" a los miembros de una banda de criminales (imbuidos de ideología y prestos a salvar al mundo de la podredumbre capitalista, pero criminales a fin de cuentas) no queda compensado con decir que la figura de Fidel Castro le causa rechazo. Además de que es una retórica demasiado al uso del periódico Granma y la propaganda oficial.

Behar se cuida mucho de lanzar algún juicio contra las políticas minuciosamente destructoras del régimen cubano, aunque sí encuentra un espacio breve para señalar el embargo como causa de la miseria en la que viven tantos cubanos.
A mí siempre me ha parecido que excusarse en una profesión (la antropología, la literatura, la academia, etc.) para pasar de puntillas sobre la verdadera razón del desbarajuste cubano es cruzar una curiosa línea moral que lleva a ejercer abiertamente la crítica dura a las sociedades democráticas, capitalistas y abiertas donde sabes que nada va a sucederte en términos de represión y escarnio, mientras se calla y se cuida hasta el detalle de no ejercer la crítica del régimen castrista y mirar para otro lado ante sus atropellos. Porque no basta con decir que Fidel Castro no le gusta, como si se tratara del sabor de un helado, se trata de que no hay forma de relatar algo dentro de una sociedad policial sin que nunca aparezca el policía.

El libro en su conjunto es una gran crítica, faltaría más. No existe otra forma de narrar la terrible realidad cubana que mostrando la absoluta irresponsabilidad de los gobernantes castristas que primero lograron expulsar a cada judío dueño de su negocio, por minúsculo que este fuera, y luego instauró un hotel para invitarlos a que vinieran a dejar su dinero.

Queda la impresión de que Behar viajó a Cuba en busca del judío imaginario, ese que todo el mundo, en especial el Homo Antisemita, tiene en mente cuando le da por querer englobar y adocenar a una comunidad tan diversa. Se encontró con una no-comunidad, un colectivo disperso y que en algunos casos desconocía normas elementales de la cultura judía (uno de los entrevistados le confesó que mandó a preparar una cena a base de cerdo asado para recibir a un visitante extranjero).

Esto no lo incluye Behar en su libro, pero algunas fuentes han revelado que uno de los criptojudíos famosos de Cuba (citado por la investigadora Eugenia Farin Levy en un ensayo inédito que leí en la red) fue el Obispo católico Pedro Agustín Morell de Santa Cruz (1694-1768). De él se dice que cuando sintió próxima la hora de morir se volteó de cara a la pared, como suele ser la costumbre judía, y recitó el shemá, plegaria hebrea que se pronuncia en momentos muy solemnes.

Unas breves líneas sobre la edición: a diferencia de la edición en inglés, que luce cuidada y hermosa (la he consultado en línea), este artefacto más feo no puede ser. Sin diseño interior, sin gracia. El uso de las fotos es caótico.

Ruth Behar: Una isla llamada hogar (Linkgua Ediciones, Barcelona, 2010)

martes, agosto 15, 2023

Inge & Omar


Omar Santana nos trajo este retrato de Luna, "gata arrabalera", como le dice M. Estuvo con Inge en nuestra casa y ya extrañamos esos días intensos en los que hablamos mucho, comimos y bebimos, al principio con ciertas mesuras y ya al final como si no nos importara nada más en el mundo que la gran epopeya de las comidas y las bebidas.

Los llevamos al Museo de Arte Crystal Bridges a ver un Hopper, pero Omar se nos rezagó ante un Rockwell. Luego fuimos al downtown y vimos que estaba muy animado porque era la fiesta del "first Friday" y habían instalado una tarima y había niños cantando y carpitas blancas con anuncios. Hacía un calor de infierno, nos metimos a comer en un restaurante mexicano y luego a un café fancy y compartimos mesa con una señora que padecía una enfermedad neurológica y estaba allí promoviendo su empresa que hace generosas donaciones al hospital del condado.

Inge y Martha se iban a hacer fotos y a comprar especias, cacharros de cocina o zapatos para las hijas y Omar aprovechaba para hablarme de Caibarién y yo de Cueto. Le conté que en mi primer libro el editor cambió por error mi lugar de nacimiento y de alguna manera, como resultado de ese error, fui expulsado para siempre de aquel pueblo que nadie lleva en la memoria como yo porque nadie puede escribir mejor lo que yo allí viví.

Estábamos en eso cuando vio un mensaje que le había llegado tres días antes: una revista digital le cancelaba sus colaboraciones, que era una de las principales razones para que muchos lectores se asomaran a esa revista. Le dije que quedábamos hermanados también por eso: a mí me liquidaron un libro por una cantidad tan irrisoria que apenas si alcanzaba para comprar alguno que me interesara. Y que después de mucho zapatear por fin había encontrado una que tiene por costumbre pagar, ¡y con puntualidad!, las colaboraciones de quienes vivimos fuera de aquel desbarajuste llamado Cuba.

Omar va a dibujar todo eso y más, y lo que sea que resulte de ahí nos lo vamos a perder todos porque no pinta para nosotros sino para su padre, campesino, pescador y hombre-que-lo-hace-todo, como era el mío, y también y sobre todo para unos fantasmas que ninguno de nosotros sabrá jamás.

Conocí a Inge en los años 90. Sé que era ella porque ese nombre nunca se olvida y porque era bella y muy delgada y porque fue la primera mujer que vi con las axilas sin depilar. Luego se fue a Perú, fue madre y ayer estaba aquí hablándonos de sus hijas que ya son grandes.

A Omar le dije que yo era un pobre lector de treinta años con recurrentes ataques poéticos cuando comencé a ver sus colaboraciones en aquel Herald de los dos mil. A mí vino una vez un enviado del más allá a decirme que este encuentro estaba pactado para un tiempo futuro, pero yo, como es lógico, no lo creí.

De todos esos miles de libros que hay en casa, a Omar le interesó uno solo: una vieja edición de tapa dura del Velázquez de Ortega que me traje de Cuba y está bastante bien conservada. Eso dice mucho de un pintor formado en San Alejandro. Vi que alzó los ojos del libro, levantó en silencio una mano y la chocamos entre tequilas y manjares que M. no se cansó de prepararles.

Creo que si no fuera por nuestras mujeres no nos hubiéramos encontrado nunca. Eso no lo dijo el enviado.


jueves, julio 13, 2023

Chirbes

 


En una rápida visita a la biblioteca del town me encuentro el primer tomo de los Diarios de Rafael Chirbes.

Insiste varias veces Chirbes en el estilo narrativo como forma de conocimiento, por encima o al margen del quiebre estético, la ficción como una forma de verdad y el talante para moverse en los márgenes. Los buenos diarios son el reservorio de los tics del escritor, de sus obsesiones. Viene del mundo obrero, padre ferroviario que murió tempranamente, y su visión de la intemperie del mundo, del paisaje de una cultura está permeado de ese candor y también de ese resentimiento.

Conozco poco y mal al Chirbes narrador, pero estos diarios me revelan a un escritor honesto con la escritura, hecha esta de tanteos, retrocesos e interrogantes sobre la condición misma del escritor y su relación con el mundo. Chirbes sabe que el genio es la invalidez y esa verdad no lo va a dejar tranquilo (ni a nosotros). Es duro con sus contemporáneos, sean estos de la orilla que sean (de Pérez Reverte a Gopegui, los pone a parir a los dos, pero, en serio, ¿quién es Gopegui?), pero sabe que los grandes escritores (como Musil) toleran cualquier crítica porque nos miran desde muy lejos.

Es un diario con todas las de la ley, hecho de retazos, sin necesidad de demasiada elaboración ni con ínfulas de convertirlo en "la obra" si lo otro no alcanza. Es un diario desprovisto de las recurrentes ficciones del diarista, con todo y que sabemos (no hemos nacido ayer) que es una obra "ficcional" en tanto construye una "realidad" a partir del texto.

Casi todo lo que dice lo dice con aplomo, pero sabiendo que camina por una cornisa porque no eres dueño de las lecturas y las apropiaciones ajenas. Uno como lector conecta los puntos de este particular muestrario de un mundo y tiene un mosaico de la literatura vista por un escritor finisecular: Reich-Ranicki (reediciones ya, please), Pombo, Fuster, Pla, Herralde, Martín Gaite (su gran valedora), Unamuno, Sebald, Mann, Döblin, Broch, Vargas Llosa, Piglia… Por cierto, qué gran lector de la literatura alemana fue.

Están por supuesto los jueguitos de la alfombra y el closet de cierta izquierda, ni una sola mención a ETA, pero cualquier acto inocuo con tufo a franquismo le despierta agrios comentarios. Tampoco es complaciente con la Transición. No obstante, las intromisiones de la política son minoritarias (hablo, repito, del tomo primero), lo cual es llamativo en un escritor que hizo de la crítica al falso desarrollismo y la especulación inmobiliaria (treinta años después de Calvino) una cuestión de principios.

Son adictivos estos diarios porque lo menos que uno pide como lector es espesor y riesgo, que uno se reconozca y que la mirada interior con forma de escalpelo nos concierna, nos provoque.

miércoles, julio 12, 2023

Kundera


Ha muerto Milan Kundera en París. Tenía 94 años. Fue uno de los novelistas europeos que mejor conectó con una sensibilidad particular, la de su siglo, el siglo de las dos guerras mundiales y del ascenso y caída del bloque totalitario centroeuropeo, del que fue uno de sus más refinados examinadores. Me alegro de encontrar en La sabiduría sin promesa, la idea de que para el lector joven que fue Christopher Domínguez Michael, occidental y culto, Kundera fue decisivo para romper ataduras con el universo simbólico del estalinismo.

Creo que muchos lectores que ya rondan, mínimo, las cinco décadas de vida tuvieron su Edad K, aquellas ediciones de Tusquets, pero eso fue hace demasiado tiempo. Un día nos levantamos y vimos que un lector le echó en cara a otro la etiqueta de ser un "lector de Kundera" y entonces supimos que había sido asesinado por una nueva forma de mirar el mundo, no necesariamente mejor o más elevada.

Es el peaje que ciertos autores pagan por hacerse populares. No le van a dar el Nobel y con algo de suerte le van a reeditar sus principales libros. Pero la historia under review ha dictado su veredicto. Kundera es la elaborada conexión de la novela europea con lo que alguna vez se llamó "alta cultura" y por eso sus ensayos insisten en hablar de Cervantes y de Stravinski, de Kafka y Broch.

Voy al estante donde conservo algunos libros suyos: El arte de la novela (espléndido, con mis marcas, mis subrayados), El telón, La despedida, Los testamentos traicionados (que volví a comprar hace poco por el placer de reencontrarme en él), La inmortalidad y una edición en inglés de Encounter, que le regaló a Martha una feminista andrófoba (perdonad el pleonasmo) que nos bloqueó poco después. Sí, a los dos. El siglo de Kundera y mi siglo, frente a frente.

Hojeo uno. Ahí están sus marcas de estilo, sus referencias, Kafka, Skvorecky, la Primavera de Praga, otras como Janácek que tan raras se le hicieron al lector que fui en la Cuba de los noventa. En La inmortalidad habla de Goethe y Bettina, de Rilke y Romain Rolland. Dice que el homo sentimentalis no puede ser definido como un hombre que siente, sino como un hombre que ha hecho del sentimiento un valor y que a partir de ese momento todo el mundo quiere sentir y mostrarse como tal.

Dice que a Musil sus contemporáneos le pedían que no escribiera novelas, despreciaban su estilo. Lo mismo le pasaba a Mann, despreciado por Döblin y media República de Weimar: Brecht, Kerr, Tucholsky, Roth. Sin embargo Kundera encuentra sus ensayos aburridos y sin encanto.

¿Ha sido Kundera una víctima de la Era del Homo Sentimentalis? Como las películas de Kieslowski y Angelopoulos, me aventuro a decir. Puede que a eso se refiriera aquel lector. El mercado se porta como el demonio de la Historia, estúpidamente. Obliga a los escritores a obsesionarse con escribir novelas para que todo el mundo luego diga que prefiere los ensayos.

Foto: MK en Praga, 1969 [Gisèle Freund,IMEC/Fonds MCC, Praga-NY-Düsseldorf]


domingo, julio 02, 2023

Montaner


Habría que volver sobre la obra inconclusa que sepultó en vida a tantos: la de que el régimen sigue ahí. En estado de moribundia, dando tumbos, pero ahí. En ninguna queda tanto la sensación de incompletitud, de ópera trunca, como en Carlos Alberto Montaner. 

Nadie del entorno precariamente intelectual cubano fue tan ciudadano del mundo como él y pocos intentaron indagar con tanta enjundia en las raíces torcidas de todo el fenómeno del caudillismo y el populismo de esta desdichada parte del mundo que es Latinoamérica. Hubo un tiempo en que su nombre era moneda corriente en los discursos denigratorios que casi a diario lanzaba el régimen cubano, una suerte de obsesión del Líder Máximo y su prensa que coincidió con los años en los que las columnas periodísticas de Montaner, a través de Firmas Press, eran leídas en medio mundo.

Carlos Rangel y Montaner, dos voces en algún momento hermanas en su condición de solitarias. Tras el suicidio del venezolano, Montaner tomó el testigo y las voces que hoy son muy críticas de la deriva neopopulista y woke en América Latina le deben mucho, aunque no lo citan. No lo citan porque no lo han leído.
 
Un hombre tenaz en su empresa de intentar "hacer ver". Su discurso parecía dirigido a un tipo de lector intermedio, pero afín a esa izquierda (eso lo entendimos ya tarde) que tiempo atrás intentaba imponerse, con lo que ello tiene de reconocimiento hacia sus adversarios. Un lector que había aprendido lo importante que es saber reírse de uno mismo. Hoy esa izquierda cree que sus oponentes no existen. En aquellos años se podía aspirar a seducirlo porque era común pensar que hasta que no se desprendiera del lastre de la legitimación de una dictadura vulgar no iba la sociedad cubana a transformarse en una democracia.

La izquierda, de todos modos, desechó todo aquello, fue a peor. Dichosos esos años en los que podíamos soñar con un candidato de su estatura para ocupar la presidencia de una Cuba futura que sigue anclada en el pasado. Ahora sería una síntesis de Otaola con Mariela Castro con Guanche. Hoy habría que volver sobre sus libros como un gesto de cierta delicadeza y agradecimiento porque son expresión diáfana de otra derrota que nos concierne.

 

domingo, junio 11, 2023

Una moto rusa


 "Escribe desde el exilio, como si nunca fueras a volver a tu lugar y debieras recordar cada detalle", recomendaba Denis Johnson a sus estudiantes en sus clases de literatura.


martes, mayo 23, 2023

Mayo

 


—Si quiere saber mi opinión —empezó en tono curiosamente esquivo—, no me gusta mayo para mis pacientes.
—¿Mayo? —repitió Terence.
—Tal vez sea absurdo, pero no me gusta que nadie enferme en mayo —continuó ella—, las cosas parecen torcerse en mayo. Tal vez sea la luna. Dicen que la luna afecta al cerebro, ¿no, señor?
La miró, pero no pudo responderle; como los demás, cuando la mirabas, parecía encogerse bajo tus ojos y volverse inútil, malévola y poco fiable.
Ella se escabulló y desapareció.


domingo, mayo 21, 2023

Arrufat


Me sorprendió encontrar en uno de los tomos de los diarios de Andrés Trapiello un extenso pasaje dedicado, con bastante cariño y buena onda, a Antón Arrufat. Fue su interlocutor en La Habana de 1995, como buen conversador que era, y lo describe siempre con una jabita, guiño piñeriano. También dice que salpicaba la conversación con un anecdotario profuso, aunque bien que eran historias antiguas, lo reciente no existía. Los detalles se los dejo para que los busquen en Do fuir, tomo noveno de sus diarios. Valen la pena. De nada.

He dicho que me sorprendió y quizás no sea la mejor forma de decirlo, porque puede que Antón haya sido el escritor más "peninsular" de su generación. No galdosiano, claro, que Galdós era canario. Pero sí valleinclanesco. De hecho, Trapiello al retornar a España tras su estancia habanera, se las ingenió para publicar en Pre-Textos el libro de Antón que más le había impresionado: De las pequeñas cosas. (La primera edición cubana, que leí, era sin el "De"). Es el libro que sólo escribe un exquisito, pocos pondrán en duda que fue lo mejor que escribió.

Ya he escrito en otro lado sobre los reproches que Brodsky les hizo a escritores tipo Evtushenko: cuando el Estado soviético autorizó las críticas, fueron críticos. Mientras tanto, bailaron al son de ideólogos y verdugos.

Antón encarnó ese tipo de escritor: demasiado cobarde para plantar cara, demasiado fino, hasta lo viperino, en la crítica sotto voce. Es un clásico de la vida bajo estos regímenes. Nos cruzamos un par de veces. En una de ellas se divertía preguntando todo el tiempo de quién era por fin "el reino", aludiendo a las falsas acusaciones de plagio que pendían sobre la novela Tuyo es el reino, de Abilio Estévez.

Estuve en la fortaleza de La Cabaña en febrero de 2001 cuando leyó su discurso por el otorgamiento del Premio Nacional de Literatura el año anterior. No pude acceder al salón de actos porque la entrada estuvo controlada por las más altas autoridades del Instituto del Libro y, por supuesto, la Seguridad del Estado. Pero desde afuera escuchamos parte de lo que allí se dijo.

Antón fue crítico hasta donde se podía (y se puede) ser crítico públicamente en aquellas circunstancias y en aquel país. Más tarde leímos el discurso en alguna revista literaria. Habló de su biografía. Dijo parte de lo que le había sucedido tras la publicación de Los siete contra Tebas, su castigo post Caso Padilla, su censura. Y lo cerró citando, claro, a Valle-Incán: "Si no prescinden de mí, yo no prescindiré de ustedes". Le hablaba al poder, no a sus lectores.

Se conformaban con pocos estos escritores, y el plural cobra todo sentido. Ahora tenían el placet, el beneficio de aquellos censores, sus premios, sus viajes. Habían sido por fin liberados de una pesada carga, mientras les llegaban otras. Ahora les sonreían y les enviaban cestas de agasajo con embutidos, frutas tropicales y botellas de ron y vino.

Habían pasado a ser la nueva clase de escritores admitidos en palacio, bajo palio. Eran ya tolerados, mas no intocables. Y lo sabían. Por eso firmaban cartas de apoyo al régimen. Lo que les pusieran delante. Habían sido comprados. Las exigencias de la Historia.

Poeta irregular. Su primera novela, La caja está cerrada, es extensa y soporífera. La otra, La noche del aguafiestas, mucho más breve, se deja leer. Sus otros libros de no ficción, pongamos por caso Virgilio Piñera entre él y yo, que leí en Cuba, contribuyó a completar el necesario mosaico que nos devolvía a un escritor esencial en nuestra modernidad literaria, pero también destacaba por sus escandalosas zonas de silencio. A su manera oblicua, también ayudó a dar forma a la línea que nadie podía cruzar y al hacerlo traicionaba la memoria de quien había sido su maestro.

Los retratos de Antón no nos han faltado, además del arriba mencionado de Trapiello. Me viene ahora a la memoria cómo lo "narra" Cabrera Infante en Mapa dibujado por un espía: amigo, pero taimado. En el Diccionario de autores latinoamericanos, el único juicio de valor que emite César Aira sobre su obra es el de "excelente crítico". ¿Qué conocía Aira del crítico Antón?

En charla mía con un amigo, salió otra vez el tema de aquellas cartas que el régimen hacía firmar como apoyo a su desastrosa gestión de siempre, no importa cuándo leas esto. Si no me equivoco, la suya no estuvo entre las primeras del 2003, cuando el fusilamiento de unos jóvenes que se robaron una lancha para escapar de la isla, puede que la hayan sumado después, que el festín de firmas duró varias semanas. Lo cierto es que Antón estampó su nombre en alguna de ellas alegando que, a la vuelta de algunos años, nadie se acordaría de aquello. Yo lo voy a recordar, le contestó el amigo, hoy en Miami. Aquí estamos todos recordándolo.

Para Antón, el abrazo del oso de la Vieja Fe trae consigo un trasiego de la memoria: la creen selectiva. Educado en el ejemplo del Caso Padilla, había que ser astuto y no sacar conclusiones erradas. Pienso en Milosz: El hombre es apenas un instrumento en la implacable orquesta dirigida por la musa de la Historia. Sus víctimas caen como moscas.

Pero hay más: Antón era un tipo de escritor que por su naturaleza quiere erigirse en autoridad estética. Cree necesario dictaminar los rumbos de la literatura nacional, repartir carné de escritor con acceso exclusivo a su capilla. Un poco como el moralista que describe Milosz: no escribe frases, las destila. No creo que sea coraza lo que no pasa de ser enfermedad pueril.

Lo vi desdeñar en público a la literatura realista, como vi no hace mucho manifestarse a más de uno en desprecio de Eduardo Heras León y sus dizque discípulos. A mí eso me llena de tierna fascinación. Hay una línea directa que va de Caballería roja a Los pasos en la hierba, y no es sólo el estalinismo. No pudiendo plantear batalla en otros frentes más definitorios en lo político, se sumergían en el barro con acusaciones de bajeza literaria en el más inocuo terreno donde nadie podía ganar nada, mucho menos unos pocos vigilantes del estilo.

El Estado totalitario es esa fuerza que apenas si nos deja administrar el miedo. Sabíamos que Antón estaba lleno de ese miedo y sobre todo de dudas. De ambas cosas no nos dejó, lo digo como lector, demasiados testimonios.

Addendum: En el blog de Enrique del Risco, una carta de Virgilio Piñera que habla por sí sola. 

viernes, mayo 19, 2023

Veltfort


Hace un par de días la revista Hypermedia recirculó un ensayo de Abel Prieto donde se resumen varios de los prejuicios que el régimen cubano esgrimió siempre contra los homosexuales. 

En ese panfleto, el padre del ex ministro de Cultura cubano dice cosas bastante conocidas, a tono con lo que emanó del Congreso de Educación y Cultura de 1971, como "procurar que [los homosexuales] no sean conductores de juventudes" e intentar "comprenderlo [se refiere al 'problema' de la homosexualidad], pero nunca desde un punto de vista interesado". Usa terminología médico-científica con palabras como "contagio", "cura" y "terapia" para referirse a lo que las autoridades consideraban (y no dudo que consideren todavía) una patología que requiere tratamiento especializado.

La re-aparición de ese texto coincidió con mi lectura de Goodbye, My Havana, la novela gráfica de Anna Veltfort, publicado en inglés en 2019 por Redwood Press, un sello editorial de la Stanford University Press, en California. Primero se publicó en español por la Editorial Verbum. El texto de Prieto es de 1969, año fundamental en la biografía de Veltfort, como puede verse en la novela.

Es probable que no haya, en el escaso apartado de novelas gráficas de tema cubano, una obra más detallada y abarcadora sobre los años sesenta, la iniciación sexual, la homosexualidad y las múltiples tensiones que se dieron a nivel intelectual en la sociedad cubana de la época. También hay mención, por cierto, a la división y la tirantez entre las diferentes facciones (trotskismo, maoismo, estalinismo...) de la izquierda de aquel entonces.

Veltfort ha escrito y concebido un libro que no nos ahorra nada, quizás la erótica del roce de los cuerpos. Eso, que vemos hoy con normalidad en las novelas de Alison Bechdel, se extraña. ¿En serio, Connie, ni un beso? En el centro de su testimonio está un mundo asfixiante, desprendido de todo sentido de la libertad y del impulso humano de indagar y cuestionar y desear ser libres para amar.

El libro es extenso y a ratos farragoso. Demasiado texto, demasiados detalles. Pero yo tengo que decir que lo disfruté. El personaje de Anna Veltfort asiste atónita a este triste espectáculo de un mundo demasiado opresivo en construcción. Ha sido llevada allí por sus padres, comunistas de Estados Unidos, siendo muy joven, y allí tiene su despertar sexual y político. Y creo que me gustó la novela precisamente por el personaje, porque está atrapada en un contexto convulso donde no pidió estar, porque a la vez que participa, a su modo, mientras va creciendo, intenta violentar ciertos límites (la propia manifestación de su sexualidad, el árbol de navidad en el salón de la Facultad, la música que escucha, etc.) y porque no se detiene ni a juzgar ni a sermonear ni a sentirse equidistante. Ese personaje es uno de los grandes valores de esta historia.

Que el régimen cubano intentó influir en ciertos sectores de la intelectualidad norteamericana que le era afín lo demuestra la financiación del Fair Play For Cuba Committee, integrado por algunos poetas de la Generación Beat. Lawrence Ferlinghetti se declaraba seguidor de la inicial revolución no comunista que realmente sólo estaba en su cabeza, y escritores como Amiri Baraka y Allen Ginsberg llegaron a la Isla en viajes organizados y pagados por el régimen, con el resultado, en el caso de Ginsberg, que todos sabemos.

Hay alguna mención a esto en el libro. Veltfort narra su encuentro con Ginsberg en La Habana y la clausura de la Editorial El Puente. Cita un comentario callejero sobre que Ginsberg preguntó si Raúl Castro era gay y dijo que Che Guevara era "pretty", y que como represalia fue expulsado del país hacia Praga. Durante su visita familiar a New York, Veltfort se encuentra con activistas gays que le piden información sobre si es cierto que en La Habana hay represión a los homosexuales. Paralizada por el miedo, Veltfort apenas si da algún detalle.

Aquí es donde se nota el tipo de narradora que es Veltfort: no interviene, no juzga, sólo muestra. Y muestra mucho. Comunidades rurales en Oriente que no aceptaron el cambio impuesto por el nuevo régimen. Síndrome de la sospecha sobre los norteamericanos que viajaron y se establecieron en Cuba. Agresiones homofóbicas en las calles. Procesos judiciales arbitrarios y demorados hasta el infinito. Intromisión policial en la vida privada de la gente común. La delación como política a todos los niveles. Las desigualdades que ya se veían entre los privilegiados por el nuevo status y los silenciados, los condenados de a pie, los "degenerados" de segunda. Y un largo etcétera.

Una sociedad tan bipolar, como ya comenzaba a ser la cubana de su tiempo, era capaz de mantener en su élite a Alfredo Guevara, y a sostener en sus puestos a Mirta Aguirre e Isabel Monal. Eran homosexuales autorizados y privilegiados. Y sin embargo perseguía, silenciaba, marginaba, encarcelaba y enviaba a campos de trabajos forzados al resto, a todo el que fuera sospechoso de no someterse a sus reglas.

También está el caso del padrastro de la autora, un tecnócrata de cierto pedigrí comunista. Había participado como voluntario en la Guerra Civil Española e integrado más tarde el partido comunista en Estados Unidos. Luego de 1959 se instaló con toda la familia en La Habana para colaborar con el régimen, junto con otros "fellow travelers" y agentes declarados de cierto renombre como Maurice Halperin, Martha Dodd, George Eisen, Ed Burstein y Celdric Belfrage (le llama George en el libro), todos a la postre o bien desencantados o bien defenestrados y conminados a marcharse. Estos, como miembros de una colonia habanera de verdaderos privilegiados, son los que aparecen mencionados en el libro.

Pensaban todos que estaban construyendo una sociedad nueva, más justa, y sólo estaban cavando los cimientos para el ascenso de un Stalin tropical. Al final, siendo imposible reunirse fuera de la isla con la que era su pareja en ese momento y a la que no volvió a ver jamás, Veltfort renuncia a todo y se larga. Se despide de La Habana. La ciudad se despide de ella. La "terapia" que recetaba aquel Prieto Morales no la alcanzó. Pasarán muchos años antes de que se decida a publicar su testimonio, que agredecemos.

Y además: Pueden leer una entrevista con la autora aquí. Y el prólogo a la edición en español, aquí. Una lástima que su blog El archivo de Connie no esté disponible.