viernes, febrero 28, 2025

Aidita

Hacía casi veinte años que no la veía, no nos encontramos la última vez que viajé a Cuba en 2011. El pasado diciembre, ya sabiéndola enferma, la visité en Miami, en el apartamento de su hija, a media cuadra de un Atlántico gris y espumoso.

Ya se estaba yendo, delgada, pálida, todavía tan oral, casi sin pelos a pesar de que le suspendieron el tratamiento, nada podía hacerse ya. Hizo un camino largo, enviudó y esperó años para poder reunirse con la única persona que le quedaba en la vida.

Venía con unas extrañas molestias en el interior y la parte baja de la espalda que ella achacaba a viejos problemas renales, no sabía que era un cáncer demasiado avanzado que acabaría llevándosela hace unos días en Miami.

Nos recibió mirando a tierra, con la pena de quien ya cruzó todas las playas. Sólo atiné a decirle: espero que puedas salir de esta, pero lo importante ahora es que no sientas dolor. Habló de las dificultades para comer, de las enfermeras, y surgió de pronto el tema de su infancia y del viejo pueblo. Dijo que de su niñez recordaba sus días en el campo y una manada de pájaros y de pronto hizo una pausa, me miró y me preguntó: ¿si son pájaros se dice manada o bandada?

Mencionó la peluquería estatal donde había trabajado por poco tiempo. Dijo que por años había llevado unos diarios en libretas escolares, y yo le creí, pero que decidió destruirlos porque no podía conservarlos ni traerlos con ella. Le escuché un reproche, dijo algo concreto contra alguien del pueblo que dijo que allá todos sabían que se moría. La enfermedad no nos libera, es rencorosa y a la vez que nos arrincona nos mide.

La infelicidad tiene que estar viva para que la vida siga, dice Vivian Gornick. A mí me dio la impresión de que no quería irse. Ya sé que nadie o casi nadie quiere irse, pero ante una enfermedad terminal a veces uno nota la resignación. Creo que estaba muy contrariada por cómo quedarían las cosas tras su marcha. Era una madre de los pies a la cabeza y a tiempo completo, y como tal no podía irse dejando tantos cabos sueltos.

Me pidió que saliéramos de su cuarto y me fui con Martha a ver el mar, el único momento que tuvimos este invierno frente a la inmensidad, una pareja en un descapotable hablaba de sus cosas, me pareció ver que reían, yo me subí al muro, miré hacia abajo y vi muchas piedras haciendo de rompientes, el mar golpeando remolón, a lo lejos se veía un puente y algún bote pasando. El cielo está espeso, nos vamos mañana a Texas. Todo estaba espeso en realidad.

Pensé que una simple cadena de acontecimientos puede dejar un triste poso donde antes hubo una vida vibrante, inquieta, de mucha conversación, de muchas historias familiares, de mucha risa y buen humor y también repleta de contradicciones, de idas y regresos. Todos éramos sus interlocutores hasta que llegamos a un término en nuestro viaje en el que no queremos escuchar mucho más. Pero ella seguía hablando porque era su naturaleza, su carácter.

Puso un negocio de peluquería bien temprano, una de las pocas, si no la única, peluquería privada que había en aquel pueblo pequeño de Oriente. Allí iba yo una vez al mes a cortarme el pelo sin pagarle, que para eso era uno el hijo de su madrina. De esos años es la foto que acompaña a este texto. Era un cuartico que daba a la calle en la casona de madera de sus suegros. El tiempo barrió con todo ese andamiaje de la memoria, pero ella golpeó primero porque de todo se desprendió, nunca dudó en hacerlo, con tal de estar cerca de su hija, su gran obsesión.

Pensé que de alguna manera yo había sido afortunado porque conocí bastante bien a toda esa familia, a su padre, que le faltaba un brazo, quién no lo conocía en aquel pueblo; a su tía Sara, que fumaba y a la que yo de niño le tenía miedo. Llegué a ver a su madre una vez, con la que nunca vivió.

Su marido fue un gran amigo de mi padre, laicos ambos, un hombre humilde y discreto, pero de cultura y maneras. En el pueblo fue casi un acontecimiento que él viajara a Roma, al Vaticano. Lo recuerdo visitando nuestra casa, sentado en el sillón de brazos, los ojos muy azules que heredó su hija. Alguna foto de su boda quedó en nuestro álbum familiar.

Llegamos a viajar juntos a La Habana a lo que se iba allá siempre desde provincias, a cosas de médicos, a trámites burocráticos, ella con su hija, mi madre conmigo. Yo tendría unos doce o trece años, su hija unos cinco o menos. En aquella habitación de hotel eran un espectáculo las mañanas al levantarse, la hora del aseo, porque hay niños muy reacios a cumplir las ceremonias que imponen los adultos.

Nos visitábamos a menudo en una etapa de nuestras vidas que ahora parece envuelta en bruma y en la inevitable pereza o el inevitable desasimiento del recordar. Si es cierto que al morir una parte de nosotros se da a viajar por no sé cuáles etéreos paisajes, me gustaría que el de ella viajara al sitio donde hay una casa antigua de madera con patio amplio, siempre verde, un aljibe y las plantas y flores que sé le gustaban.

A veces leo en algunos libros frases por el estilo de que las historias no acaban nunca, las historias son interminables y no es cierto: las historias acaban con la muerte y en muchos casos no queda semilla alguna. Nada, vacío y silencio.

viernes, febrero 21, 2025

El derecho de ser explotados

 


En su ensayo "Libertad y filosofía", Emilio Ichikawa recordaba aquella práctica tan típica del diligente funcionariado del castrismo: la exigencia de mayor compromiso revolucionario. Una "comisaria ideológica", siempre hay y habrá alguna, ponía las reglas de juego para quienes asistieran a un encuentro con intelectuales norteamericanos. La frase en cuestión es la que escuchamos hoy a propósito del post-operatorio de Obama en La Habana: "¡No se olviden que se trata de una confrontación! ¡No nos pueden quitar el derecho de ser explotados!".

"La intelectualidad cubana —esto dice también Ichikawa— ha mostrado siempre un agudo olfato para captar las demandas ideológicas del poder. Lo mismo se manipula la historia para agradar a un político, que se infla a Gramsci para seducir a la burocracia. Existe una coordinación entre el reparto disciplinar y el aparato ideológico de control".

Siempre en el trayecto hacia la liberación individual habrá un agente exterior y varios cadáveres en algún closet. Un intelectual orgánico del castrismo lo primero que se labra es un currículo al gusto de algún campus norteamericano. He aquí que aquella comisaria ideológica, viajera y también visitante predilecta de algunos campus podría llamarse Nancy Morejón.

Hay quien quiere hacer ver que no está bien referirse a estos seres cautivos. Porque de su cautiverio es responsable el tirano y hacia este deberían ir los tiros. Pero así como del tirano está bien decir todo y más, tendrá que llegar ese momento de recordar a los miembros que fueron de su tan ilustrada corte.

El escritor Ernesto Pérez Chang ha contado el rol de Nancy Morejón en aquel affaire del número 69 de la revista Unión, que ella dirigía. Después de haber publicado los sonetos del Aretino, la revista fue acusada de "pornográfica" y la insigne poeta desvió las responsabilidades hacia el editor Pérez Chang, quien fue cesado.

Hace poco supimos, así, sin querer queriendo, que Nancy Morejón estaba haciendo un visiting, otro más, en la Universidad de Missouri. Recordé que alguna vez Nancy Morejón quiso hacerme ver que las palabras tenían su peso, y que había nombres impronunciables y que los esbirros no se van al paro.

Eso es lo que tengo yo que ver con este personaje que representa todo lo siniestro del campo cultural de aquel que fuera mi país. Lo de menos es una historia personal y mejor hace uno olvidándose de todo eso. Pero no. Qué somos si no historias personales, de qué estamos hechos.

Después de una lectura pública en Matanzas, Nancy Morejón vino a mí a preguntarme mi nombre y supe que nada bueno sobrevendría. Yo había leído un poema donde mencionaba a José Mario Rodríguez y Raúl Rivero, muerto uno, exiliado el otro. Ella vino a mí como quien sale a respirar después de un momento de apuro. Vestía unos trapos que alguna vez fueron blancos, y aseada es una palabra que no viene a la memoria de aquel momento.

A los pocos días fui citado a la oficina de mi jefa por aquel entonces, Lis Cuesta, la hoy "primera dama" de un país en demolición. El presidente del Instituto Cubano del Libro, aquel Iroel Sánchez de tan triste recordación, se había enterado del asunto y había sugerido que se tomaran medidas.

Supongo que habría sido fácil averiguar mi nombre de otra manera. Pero Nancy Morejón quería hacérmelo saber. Los combatientes, los aguerridos de verdad, se saben impunes. Quién no tiene una historia similar en aquel que fue mi país.

Pensé que Nancy Morejón, llegado un momento de su biografía, había sido convertida en figura no solo por el esquema propagandístico de la cultura oficial en la Isla, sino también por las universidades de Estados Unidos y Europa. Pero esto ya pasa como algo normal.

Pensé que ese privilegio estaba reservado para unos pocos. Que hay allá afuera un centenar de voces más inteligentes, con mejores lecturas y asuntos más interesantes que abordar, pero que sobre todo no han sido domesticados por (ni le sirven a) un régimen represivo y creen en la democracia sin tanta hipocresía, y sin embargo no pueden acceder a un campus, a los dineros de una universidad.

Es nietzscheanamente irritante. Una pasada a Google con su nombre y el de la Universidad de Missouri trae memorias de varios eventos en los que ha participado en los últimos años. Hay un documental sobre su vida y obra. Se lee que Nancy Morejón es "the most widely translated Latin American Poet" (cosa que ya ni siquiera es de dudar, a la literatura se le distrae con estadísticas) y un caso único de "mujer caribeña afrohispana". Esto último no quedará nunca bien explicado.

Lo que no dicen es a quién sirve, a quiénes ha servido. Tampoco dice que jamás levantará su voz por ninguna mujer, ningún negro, ningún caribeño o caribeña que decida no servir a quien ella sirve.

Nancy Morejón también ha presidido la Academia Cubana de la Lengua, que nunca sugerirá a Madrid la inclusión de palabras como "chivatona" y "comuñángara". A fin de cuentas los poetas suelen desempeñar los más diversos oficios, aunque con facilidad olvidan la dignidad de envejecer en silencio.

Los Castro se van a morir un día, y aquel que fue mi país se reconvertirá en algo que hoy es imposible definir. En algo no necesariamente bueno tal vez, pero supongo que infinitamente mejor que todo lo que entre comandantes y generales le procuraron a ese pobre pedazo de tierra en casi 60 años. Nancy Morejón, como Roberto Fernández Retamar, Miguel Barnet y algunos más, o sus fantasmas, pasarán de puntillas sobre tanto estropicio hacia algún lugar de ese mundo libre donde pagan bien, pero acaso todavía esgrimiendo su derecho a la confrontación, a ser a la vez explotados y perfectos hipócritas.

Publicado en Diario de Cuba, mayo, 2016, aunque no está disponible para leer en línea, la razón se me escapa. Agradezco al blog Baracutey Cubano que lo replicó y lo mantuvo.

Ilustración: Belkis Ayón, 1996 (detalle)




miércoles, febrero 07, 2024

Los intrusos


Uno de los mayores documentos de de la “cosa” cubana es una película titulada Nadie escuchaba (1984). Podemos resumirla diciendo que los testimonios sobre la represión castrista no encontraban receptores. Es un documental sobre el silencio.

Cuarenta años después de estrenada, leo en Los intrusos que su autor, Carlos Manuel Álvarez, se autoimpuso el silencio como forma de enfrentar a la policía, a sus interrogadores. Es contradictorio ese mutismo, si nos percatamos de que el estilo de Álvarez se localiza en las antípodas de toda mudez. Sin embargo, el gran acierto del libro es ese: poner el centro en esa desconexión.

El silencio es lo que el poder no puede soportar, porque sólo puede recurrir a él quien no teme. Silencio es tajo. Es no establecer ningún nexo con esos otros. Si Dios es Abismo y es masculino, junto a él reposa el Silencio, una entidad femenina, y quedan de este modo hermanados, como ha vistoPietro Citati. 

El silencio es el Gran Restaurador. El silencio afea. Durante demasiado tiempo la lucha de los cubanos contra el régimen totalitario ha sido algo así como un “acontecimiento sin testigos”. No es que no haya habido voces, es que esas voces han clamado en el desierto. 

De lo que no se puede hablar, mejor callarse. Pero en el caso cubano, nos ganan por cansancio, porque vaya si se ha hablado. Si después de medio millón de libros sobre los crímenes del comunismo hay que seguir hablando para confrontar y denunciar, es que todo lo transitado, si no ha sido en vano, al menos es apenas nada.

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sábado, diciembre 02, 2023

Behar


Este libro es la historia de otra demolición: la de la comunidad judía cubana.

Dueña de cierta prosperidad en los años 50 del siglo xx, la llegada del castrismo le arrebató toda posibilidad de crecimiento. Tras 1959, no fue hasta 1993 que se pudo realizar la primera ceremonia de conversión de nuevos practicantes.

La autora, Ruth Behar, comenzó a realizar viajes a Cuba en los años 2000 en búsqueda de la huella familiar y su exploración se extendió por varios años hasta el confín más oriental de la Isla, allí donde quedara algún descendiente.

Profusamente ilustrado con fotos, no es poco lo que nos deja saber sobre los restos de una comunidad que sobrevivió a duras penas a base de ayuda exterior y también de cierta tolerancia por parte de la sociedad totalitaria, quizás porque detectó que era muy minoritaria y estaba desarticulada. Me sorprendió enterarme de que todavía existía en Centro Habana una carnicería "kosher" atendida por dos vendedores que se las arreglaban para irse a Nueva Paz a buscar carne de res.

Está repleto de detalles que se vuelven más interesantes y curiosos si tenemos en cuenta que hablamos de una sociedad cerrada, policial y totalitaria: la creación en los años 2000 de un hotel en La Habana sólo para la comunidad judía extranjera (Hotel Raquel), que comenzó a viajar con cierta frecuencia a la Isla; los dos cementerios judíos en las afueras de La Habana y algunos en las provincias, y cómo al final del viaje la comunidad sigue diezmada porque muchos de sus entrevistados se establecieron en Israel gracias a la Ley del Retorno.

Lo más difícil de asimilar por parte de un lector que conoce profundamente la naturaleza represiva de ese régimen, es el tono y ciertos usos retóricos (a veces no desprovistos de cierto matiz de admiración) con que Behar se refiere, por ejemplo, al Che Guevara. Me fui encontrando con ciertos indicios a medida que avanzaba en la lectura, hasta que llegué a la sección de los viajes a las provincias, en particular a la ciudad de Santa Clara. Llamarles "compañeros de lucha" a los miembros de una banda de criminales (imbuidos de ideología y prestos a salvar al mundo de la podredumbre capitalista, pero criminales a fin de cuentas) no queda compensado con decir que la figura de Fidel Castro le causa rechazo. Además de que es una retórica demasiado al uso del periódico Granma y la propaganda oficial.

Behar se cuida mucho de lanzar algún juicio contra las políticas minuciosamente destructoras del régimen cubano, aunque sí encuentra un espacio breve para señalar el embargo como causa de la miseria en la que viven tantos cubanos.
A mí siempre me ha parecido que excusarse en una profesión (la antropología, la literatura, la academia, etc.) para pasar de puntillas sobre la verdadera razón del desbarajuste cubano es cruzar una curiosa línea moral que lleva a ejercer abiertamente la crítica dura a las sociedades democráticas, capitalistas y abiertas donde sabes que nada va a sucederte en términos de represión y escarnio, mientras se calla y se cuida hasta el detalle de no ejercer la crítica del régimen castrista y mirar para otro lado ante sus atropellos. Porque no basta con decir que Fidel Castro no le gusta, como si se tratara del sabor de un helado, se trata de que no hay forma de relatar algo dentro de una sociedad policial sin que nunca aparezca el policía.

El libro en su conjunto es una gran crítica, faltaría más. No existe otra forma de narrar la terrible realidad cubana que mostrando la absoluta irresponsabilidad de los gobernantes castristas que primero lograron expulsar a cada judío dueño de su negocio, por minúsculo que este fuera, y luego instauró un hotel para invitarlos a que vinieran a dejar su dinero.

Queda la impresión de que Behar viajó a Cuba en busca del judío imaginario, ese que todo el mundo, en especial el Homo Antisemita, tiene en mente cuando le da por querer englobar y adocenar a una comunidad tan diversa. Se encontró con una no-comunidad, un colectivo disperso y que en algunos casos desconocía normas elementales de la cultura judía (uno de los entrevistados le confesó que mandó a preparar una cena a base de cerdo asado para recibir a un visitante extranjero).

Esto no lo incluye Behar en su libro, pero algunas fuentes han revelado que uno de los criptojudíos famosos de Cuba (citado por la investigadora Eugenia Farin Levy en un ensayo inédito que leí en la red) fue el Obispo católico Pedro Agustín Morell de Santa Cruz (1694-1768). De él se dice que cuando sintió próxima la hora de morir se volteó de cara a la pared, como suele ser la costumbre judía, y recitó el shemá, plegaria hebrea que se pronuncia en momentos muy solemnes.

Unas breves líneas sobre la edición: a diferencia de la edición en inglés, que luce cuidada y hermosa (la he consultado en línea), este artefacto más feo no puede ser. Sin diseño interior, sin gracia. El uso de las fotos es caótico.

Ruth Behar: Una isla llamada hogar (Linkgua Ediciones, Barcelona, 2010)

martes, agosto 15, 2023

Inge & Omar


Omar Santana nos trajo este retrato de Luna, "gata arrabalera", como le dice M. Estuvo con Inge en nuestra casa y ya extrañamos esos días intensos en los que hablamos mucho, comimos y bebimos, al principio con ciertas mesuras y ya al final como si no nos importara nada más en el mundo que la gran epopeya de las comidas y las bebidas.

Los llevamos al Museo de Arte Crystal Bridges a ver un Hopper, pero Omar se nos rezagó ante un Rockwell. Luego fuimos al downtown y vimos que estaba muy animado porque era la fiesta del "first Friday" y habían instalado una tarima y había niños cantando y carpitas blancas con anuncios. Hacía un calor de infierno, nos metimos a comer en un restaurante mexicano y luego a un café fancy y compartimos mesa con una señora que padecía una enfermedad neurológica y estaba allí promoviendo su empresa que hace generosas donaciones al hospital del condado.

Inge y Martha se iban a hacer fotos y a comprar especias, cacharros de cocina o zapatos para las hijas y Omar aprovechaba para hablarme de Caibarién y yo de Cueto. Le conté que en mi primer libro el editor cambió por error mi lugar de nacimiento y de alguna manera, como resultado de ese error, fui expulsado para siempre de aquel pueblo que nadie lleva en la memoria como yo porque nadie puede escribir mejor lo que yo allí viví.

Estábamos en eso cuando vio un mensaje que le había llegado tres días antes: una revista digital le cancelaba sus colaboraciones, que era una de las principales razones para que muchos lectores se asomaran a esa revista. Le dije que quedábamos hermanados también por eso: a mí me liquidaron un libro por una cantidad tan irrisoria que apenas si alcanzaba para comprar alguno que me interesara. Y que después de mucho zapatear por fin había encontrado una que tiene por costumbre pagar, ¡y con puntualidad!, las colaboraciones de quienes vivimos fuera de aquel desbarajuste llamado Cuba.

Omar va a dibujar todo eso y más, y lo que sea que resulte de ahí nos lo vamos a perder todos porque no pinta para nosotros sino para su padre, campesino, pescador y hombre-que-lo-hace-todo, como era el mío, y también y sobre todo para unos fantasmas que ninguno de nosotros sabrá jamás.

Conocí a Inge en los años 90. Sé que era ella porque ese nombre nunca se olvida y porque era bella y muy delgada y porque fue la primera mujer que vi con las axilas sin depilar. Luego se fue a Perú, fue madre y ayer estaba aquí hablándonos de sus hijas que ya son grandes.

A Omar le dije que yo era un pobre lector de treinta años con recurrentes ataques poéticos cuando comencé a ver sus colaboraciones en aquel Herald de los dos mil. A mí vino una vez un enviado del más allá a decirme que este encuentro estaba pactado para un tiempo futuro, pero yo, como es lógico, no lo creí.

De todos esos miles de libros que hay en casa, a Omar le interesó uno solo: una vieja edición de tapa dura del Velázquez de Ortega que me traje de Cuba y está bastante bien conservada. Eso dice mucho de un pintor formado en San Alejandro. Vi que alzó los ojos del libro, levantó en silencio una mano y la chocamos entre tequilas y manjares que M. no se cansó de prepararles.

Creo que si no fuera por nuestras mujeres no nos hubiéramos encontrado nunca. Eso no lo dijo el enviado.


jueves, julio 13, 2023

Chirbes

 


En una rápida visita a la biblioteca del town me encuentro el primer tomo de los Diarios de Rafael Chirbes.

Insiste varias veces Chirbes en el estilo narrativo como forma de conocimiento, por encima o al margen del quiebre estético, la ficción como una forma de verdad y el talante para moverse en los márgenes. Los buenos diarios son el reservorio de los tics del escritor, de sus obsesiones. Viene del mundo obrero, padre ferroviario que murió tempranamente, y su visión de la intemperie del mundo, del paisaje de una cultura está permeado de ese candor y también de ese resentimiento.

Conozco poco y mal al Chirbes narrador, pero estos diarios me revelan a un escritor honesto con la escritura, hecha esta de tanteos, retrocesos e interrogantes sobre la condición misma del escritor y su relación con el mundo. Chirbes sabe que el genio es la invalidez y esa verdad no lo va a dejar tranquilo (ni a nosotros). Es duro con sus contemporáneos, sean estos de la orilla que sean (de Pérez Reverte a Gopegui, los pone a parir a los dos, pero, en serio, ¿quién es Gopegui?), pero sabe que los grandes escritores (como Musil) toleran cualquier crítica porque nos miran desde muy lejos.

Es un diario con todas las de la ley, hecho de retazos, sin necesidad de demasiada elaboración ni con ínfulas de convertirlo en "la obra" si lo otro no alcanza. Es un diario desprovisto de las recurrentes ficciones del diarista, con todo y que sabemos (no hemos nacido ayer) que es una obra "ficcional" en tanto construye una "realidad" a partir del texto.

Casi todo lo que dice lo dice con aplomo, pero sabiendo que camina por una cornisa porque no eres dueño de las lecturas y las apropiaciones ajenas. Uno como lector conecta los puntos de este particular muestrario de un mundo y tiene un mosaico de la literatura vista por un escritor finisecular: Reich-Ranicki (reediciones ya, please), Pombo, Fuster, Pla, Herralde, Martín Gaite (su gran valedora), Unamuno, Sebald, Mann, Döblin, Broch, Vargas Llosa, Piglia… Por cierto, qué gran lector de la literatura alemana fue.

Están por supuesto los jueguitos de la alfombra y el closet de cierta izquierda, ni una sola mención a ETA, pero cualquier acto inocuo con tufo a franquismo le despierta agrios comentarios. Tampoco es complaciente con la Transición. No obstante, las intromisiones de la política son minoritarias (hablo, repito, del tomo primero), lo cual es llamativo en un escritor que hizo de la crítica al falso desarrollismo y la especulación inmobiliaria (treinta años después de Calvino) una cuestión de principios.

Son adictivos estos diarios porque lo menos que uno pide como lector es espesor y riesgo, que uno se reconozca y que la mirada interior con forma de escalpelo nos concierna, nos provoque.

miércoles, julio 12, 2023

Kundera


Ha muerto Milan Kundera en París. Tenía 94 años. Fue uno de los novelistas europeos que mejor conectó con una sensibilidad particular, la de su siglo, el siglo de las dos guerras mundiales y del ascenso y caída del bloque totalitario centroeuropeo, del que fue uno de sus más refinados examinadores. Me alegro de encontrar en La sabiduría sin promesa, la idea de que para el lector joven que fue Christopher Domínguez Michael, occidental y culto, Kundera fue decisivo para romper ataduras con el universo simbólico del estalinismo.

Creo que muchos lectores que ya rondan, mínimo, las cinco décadas de vida tuvieron su Edad K, aquellas ediciones de Tusquets, pero eso fue hace demasiado tiempo. Un día nos levantamos y vimos que un lector le echó en cara a otro la etiqueta de ser un "lector de Kundera" y entonces supimos que había sido asesinado por una nueva forma de mirar el mundo, no necesariamente mejor o más elevada.

Es el peaje que ciertos autores pagan por hacerse populares. No le van a dar el Nobel y con algo de suerte le van a reeditar sus principales libros. Pero la historia under review ha dictado su veredicto. Kundera es la elaborada conexión de la novela europea con lo que alguna vez se llamó "alta cultura" y por eso sus ensayos insisten en hablar de Cervantes y de Stravinski, de Kafka y Broch.

Voy al estante donde conservo algunos libros suyos: El arte de la novela (espléndido, con mis marcas, mis subrayados), El telón, La despedida, Los testamentos traicionados (que volví a comprar hace poco por el placer de reencontrarme en él), La inmortalidad y una edición en inglés de Encounter, que le regaló a Martha una feminista andrófoba (perdonad el pleonasmo) que nos bloqueó poco después. Sí, a los dos. El siglo de Kundera y mi siglo, frente a frente.

Hojeo uno. Ahí están sus marcas de estilo, sus referencias, Kafka, Skvorecky, la Primavera de Praga, otras como Janácek que tan raras se le hicieron al lector que fui en la Cuba de los noventa. En La inmortalidad habla de Goethe y Bettina, de Rilke y Romain Rolland. Dice que el homo sentimentalis no puede ser definido como un hombre que siente, sino como un hombre que ha hecho del sentimiento un valor y que a partir de ese momento todo el mundo quiere sentir y mostrarse como tal.

Dice que a Musil sus contemporáneos le pedían que no escribiera novelas, despreciaban su estilo. Lo mismo le pasaba a Mann, despreciado por Döblin y media República de Weimar: Brecht, Kerr, Tucholsky, Roth. Sin embargo Kundera encuentra sus ensayos aburridos y sin encanto.

¿Ha sido Kundera una víctima de la Era del Homo Sentimentalis? Como las películas de Kieslowski y Angelopoulos, me aventuro a decir. Puede que a eso se refiriera aquel lector. El mercado se porta como el demonio de la Historia, estúpidamente. Obliga a los escritores a obsesionarse con escribir novelas para que todo el mundo luego diga que prefiere los ensayos.

Foto: MK en Praga, 1969 [Gisèle Freund,IMEC/Fonds MCC, Praga-NY-Düsseldorf]


domingo, julio 02, 2023

Montaner


Habría que volver sobre la obra inconclusa que sepultó en vida a tantos: la de que el régimen sigue ahí. En estado de moribundia, dando tumbos, pero ahí. En ninguna queda tanto la sensación de incompletitud, de ópera trunca, como en Carlos Alberto Montaner. 

Nadie del entorno precariamente intelectual cubano fue tan ciudadano del mundo como él y pocos intentaron indagar con tanta enjundia en las raíces torcidas de todo el fenómeno del caudillismo y el populismo de esta desdichada parte del mundo que es Latinoamérica. Hubo un tiempo en que su nombre era moneda corriente en los discursos denigratorios que casi a diario lanzaba el régimen cubano, una suerte de obsesión del Líder Máximo y su prensa que coincidió con los años en los que las columnas periodísticas de Montaner, a través de Firmas Press, eran leídas en medio mundo.

Carlos Rangel y Montaner, dos voces en algún momento hermanas en su condición de solitarias. Tras el suicidio del venezolano, Montaner tomó el testigo y las voces que hoy son muy críticas de la deriva neopopulista y woke en América Latina le deben mucho, aunque no lo citan. No lo citan porque no lo han leído.
 
Un hombre tenaz en su empresa de intentar "hacer ver". Su discurso parecía dirigido a un tipo de lector intermedio, pero afín a esa izquierda (eso lo entendimos ya tarde) que tiempo atrás intentaba imponerse, con lo que ello tiene de reconocimiento hacia sus adversarios. Un lector que había aprendido lo importante que es saber reírse de uno mismo. Hoy esa izquierda cree que sus oponentes no existen. En aquellos años se podía aspirar a seducirlo porque era común pensar que hasta que no se desprendiera del lastre de la legitimación de una dictadura vulgar no iba la sociedad cubana a transformarse en una democracia.

La izquierda, de todos modos, desechó todo aquello, fue a peor. Dichosos esos años en los que podíamos soñar con un candidato de su estatura para ocupar la presidencia de una Cuba futura que sigue anclada en el pasado. Ahora sería una síntesis de Otaola con Mariela Castro con Guanche. Hoy habría que volver sobre sus libros como un gesto de cierta delicadeza y agradecimiento porque son expresión diáfana de otra derrota que nos concierne.

 

domingo, junio 11, 2023

Una moto rusa


 "Escribe desde el exilio, como si nunca fueras a volver a tu lugar y debieras recordar cada detalle", recomendaba Denis Johnson a sus estudiantes en sus clases de literatura.


martes, mayo 23, 2023

Mayo

 


—Si quiere saber mi opinión —empezó en tono curiosamente esquivo—, no me gusta mayo para mis pacientes.
—¿Mayo? —repitió Terence.
—Tal vez sea absurdo, pero no me gusta que nadie enferme en mayo —continuó ella—, las cosas parecen torcerse en mayo. Tal vez sea la luna. Dicen que la luna afecta al cerebro, ¿no, señor?
La miró, pero no pudo responderle; como los demás, cuando la mirabas, parecía encogerse bajo tus ojos y volverse inútil, malévola y poco fiable.
Ella se escabulló y desapareció.